El dia que te enterré



Me pediste que fuese rápido y sin remordimientos.

LLoriqueaste de rodillas sobre los zapatos a medio embetunar. Era demasiada humillación aún para un perfeccionista acostumbrado a caer de bruces, asi que te dejé volver a enllavarte en mi ático; ya sabes, ese lugar detrás del cerebelo pero aún demasiado cerca de las córneas.

Eso sí, sin cenar y sin Nintendo.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

muy interesante este blog
pasare seguido por aqui
a ver que tal
;)

Anónimo dijo...

Soy músico de corazón y no he tocado mi instrumento aún... creo que no soy el único...

Julia Ardón dijo...

adelante, Jorge...buena nota.

Anónimo dijo...

extraña sensación la de recordar.

Sirena dijo...

(¿güat?)
Caer de bruces implica sorprenderse. Prefiero eso al perfeccionismo de los zapatos brillantes.