De un artista hondureño
Testimonio de Gabriel Galeano
Por este medio, quiero manifestarles la profunda violación a la que he sometido. En un hecho sin precedentes en mi historia, fui capturado, golpeado y torturado por el Comando de Operaciones Especiales Cobra. El día jueves, alrededor de las 11.00 de la mañana, fuimos atacados y severamente golpeados en el sector de la colonia del carrizal. Como en un verdadero campo de concentración fuimos obligados a acostarnos con nuestros rostros sobre el suelo y las manos sobre la cabeza, al mismo tiempo que infligían golpes sobre las distintas partes de nuestro cuerpo: “les duele el culito mierdas” “perros vagos que no buscan que hacer” “nos tienen hartos y cansados de esta mierda, por eso los vamos a verguear”. En ese momento, tan solo podíamos percibir las botas de los soldados, dado que no podíamos levantar nuestras cabezas, al mismo tiempo que el compañero de al lado clamaba piedad y gritaba de dolor, “ya no me pegue compa” “somos hermanos” al mismo tiempo que contestaban: “yo no soy hermano tuyo perro basura”.
Durante ese espacio, solo los lamentos y quejidos se presenciaban en aquella mañana sórdida de humanidad en Honduras. Fuimos castigados por manifestar nuestros derechos frente a un régimen que se impone a través de asesinatos y de la represión brutal. Después de haber sido castigado nos obligaron a levantarnos: "cuento tres y están de pie, hay el que no se meta a la fila hijos de puta” En ese momento me pregunte: ¿De que se nos acusa? ¿Por qué me reprimen si las leyes de Honduras amparan mi rebeldía? ¿Por qué se me castiga si nunca le he hecho daño a nadie? ¿Por qué les pegan a vuestros hermanos? ¿Por qué se castiga a los artistas? No lo sé, hasta el momento nadie ha respondido a mis interrogantes.
Logre introducirme en la fila, con el profundo dolor que llevaba en mis glúteos y mi espalda. Fue en ese espacio que pude percibir al candidato a la Presidencia y líder sindical Carlos H. Reyes con su brazo izquierdo fracturado y su oreja cercenada, a la par de él un señor con su rostro profundamente inflamado y bañado en sangre. En un recorrido rápido, dado que llevaba mi rostro hacia abajo y los brazos hacia el cielo, por mandato militar, pude percibir que la mayoría de los lesionados eran adolescentes, niños de 15 y 16 años que habían sido severamente castigados por la opresión fascista del régimen de facto.
Algunas adolescentes se encontraban allí -estudiantes universitarias- señoras de la tercera edad también habían sido fuertemente golpeadas. Luego nos gritaron que bajáramos la cabeza: en “cuclillas perros” “como cusucos hijos de puta” nos gritaban mientras flagelaban a uno que otro. En ese momento, como verdaderos delincuentes empezaron a hacer un registro exhaustivo y minucioso de nuestras pertenencias, fue en ese momento que procedieron a robarme mi cámara digital, por cierto una cámara NIKON color negra que reciénteme había adquirido. Pero no fui el único, los teléfonos celulares fueron robados, y digo robado por que así fué, utilizaron la fuerza para despojarnos de nuestras pertenencias. En ese momento solo percibía sus botas y escuchaba los lamentos y llantos de un joven, que al verle su rostro se podía ver toda su inocencia. Pero el llanto no conmueve a las almas pútridas, a los gorilas que han sido entrenados para reprimir a sus hermanos. Así que el llanto de aquel joven no fue un signo de clemencia, sino más bien de debilidad, entre más lloraba más le pegaban, al mismo tiempo que le gritaban que no era hombre y porque andaba en esas mierdas.
Después de 30 minutos de masacres y torturas, espacio donde solo podíamos presenciar los gritos de espanto y de dolor de los demás compañeros, fuimos trasladados a las celdas de la cuarta estación de policía, a unos metros del mercado de mayoreo. Por la enorme cantidad de personas que éramos, decidieron llevarnos como prisioneros de guerra agarrados de la mano haciendo un enorme cordón humano. Al llegar a la gasolinera donde se encontraban concentrados el amplio contingente militar, varios defensores de los derechos humanos hacían su trabajo, ellos tomaban nuestros nombres y números telefónicos, al mismo tiempo que los policías y militares les gritaban que acá valían verga los derechos humanos.
En grupos de diez fuimos subidos a las patrullas policiales. Algunos jóvenes tenían lágrimas en sus ojos, rendían su cabeza como si fuésemos criminales comunes. Paradójicamente, y a pesar de no haber sido apresado nunca en mi vida, un enorme orgullo invadía mi espíritu, dado que no éramos criminales comunes, sino prisioneros políticos que habíamos sido ampliamente masacrados por reclamar justicia y paz social.
Es por ello que decidí abrazar a los más chicos, mientras frotaba su cabeza les decía que no debían temer, que su acción era correcta, que levantaran la cabeza como verdaderos próceres, ya que habían respondido de forma heróica ante el llamado de las circunstancias históricas. “No son traidores, son valientes hijos de Morazán les exclamaba”.
Sin embargo, un suculento giro de las unidades llevo preocupación a mi espíritu, no tenia idea donde nos conducían, la ruta tomada no era la usual. Una hora mas tarde, me di cuenta que los manifestantes aún se encontraban concentrados en el mercado del zonal Belén, esto más, que un compañero había sido acribillado por elementos de la policía.
Un día después, frente a su ataúd, me di cuenta que se trataba del maestro de secundaria Roger Abraham Vallejo, quien había sido ultimado de un balazo y llevado a un centro hospitalario de la ciudad, donde moriría tras ser intervenido quirúrgicamente. Al entrar en prisión comprendí que no era una broma, al contemplar a los heridos pero sobre todo al observar las dimensiones de las bartolinas empecé a experimentar cierto temor. Me resistía en ingresar en un espacio tan pequeño, tan aterrador y de un olor fatal. Por suerte, las distintas misiones internacionales que han ingresado a nuestro país se encontraban en la posta policial, al ver su rostro sentí cierto alivio. Una enorme cantidad de abogados, así como médicos que verificaban nuestras heridas. Unas 5 horas después fuimos liberados tras la presentación de un habeas corpus por los abogados defensores.
Al salir, una enorme cantidad de manifestantes abogan por nuestra libertad, cada vez que salíamos, gritaban y vitoreaban consignas. Mientras mi madre, mi familia, mis amigos y compañeros artistas se regocijaban por mi libertad.
Quisiera que las líneas anteriores formaran parte de una narración extraordinaria o que fueran parte de mi la imaginación fantástica, sin embargo, nada de los descrito es ficción, todo se acopla a la realidad experimentada por los hondureños que abogamos por la libertad y los cambios sociales.
No sé qué pasará, probablemente muera en este proceso. No obstante, quiero que las generaciones venideras recojan nuestro legado y que lo atesoren en lo más profundo de sus vidas. Tengo conciencia plena, que nuestra lucha, es una más en los anales de la história, nuestra preocupación no es ajena: la conquista por una sociedad justa ha sido una de las preocupaciones de la humanidad.
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